El mercado de Chatuchak, al norte de la capital tailandesa, Bangkok, es un buen ejemplo de que, a pesar de la prohibición oficial, el comercio de ciertas especies se realiza a ojos de todos. Entre sus apretados callejones, frecuentados por turistas de medio mundo y algunos locales, es fácil encontrar animales de todo tipo, vivos o disecados. Chatuchak ha sido durante años el símbolo de este comercioilegal, pero las redes se han expandido y ahora muchos otros mercados del país o tiendas especializadas venden animales protegidos.
Muchas organizaciones, entre ellas la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), han alertado a Tailandia para que tome medidas contra esta floreciente industria. Las cifras hablan por sí mismas. Tan sólo en 2013, se confiscaron en el país 10,700 animales vivos, 1,348 carcasas de tortugas y 3.293 kilogramos de partes de animales en peligro de extinción, según la Oficina de Conservación de la Flora y la Fauna del gobierno de Tailandia. El destino de los animales es diverso, desde los que son utilizados como animales domésticos, a los que alimentan la exótica medicina oriental o los que deleitan los paladares de los comensales más exquisitos.
El comercio de marfil es el sector por el que Tailandia ha recibido mayores críticas internacionales. CITES dio al Gobierno hasta marzo de este año como plazo para tomar cartas en el asunto antes de imponer sanciones y el pasado mes de enero, Tailandia aprobó una nueva ley que solo permite la posesión y la venta de marfil procedente de elefantes asiáticos domesticados legalmente en Tailandia. Sin embargo, la nueva ley establece términos similares a la anterior, aunque impone nuevos controles para asegurarse de que el marfil no procede de África.
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